El presidente francés, François Hollande, ejerció de anfitrión de la canciller alemana, Angela Merkel; del primer ministro italiano, Paolo Gentiloni y del presidente español, Mariano Rajoy. Entre los cuatro representan a 256 millones de ciudadanos, exactamente el 50% de los 510 millones que viven ahora mismo en la UE y el 57% una vez que abandonen el club los 65 millones de británicos. En términos económicos su peso es aún mayor. Alemania, Francia, Italia y España suponen ahora mismo el 54% del PIB de la UE y el 65% si no se tiene en cuenta el Reino Unido. Y luego, aunque a algunos diplomáticos les incomoda reconocerlo, está la enjundia histórica del grupo reunido ayer en Versalles: el eje franco-alemán, motor de la integración europea; Italia como país fundador y España, una de las más claras historias de éxito del proyecto.
El mensaje ha sido claro para quien quisiera escucharlo. Primero fue la Comisión Europea, que lanzó la semana pasada un Libro Blanco para la UE a 27 en el que esbozaba varios escenarios posibles. Uno de ellos: la UE a varias velocidades. El Ejecutivo no se posicionaba por ninguno, pero el pase al hueco estaba lanzado ya.
El balón salió el miércoles pasado de Bruselas y lo recogieron este lunes en Versalles. «Tenemos que tener el valor de aceptar que algunos países puedan avanzar más rápido que otros», dijo Merkel. «Unidad no significa uniformidad […] algunos querrán ir más rápido y otros más lento […] los países que no lo hagan que no se opongan», anticipó Hollande. «Me gusta la opción que apuesta por más y por mejor integración. Europa debe mirar lejos […] España está dispuesta a ir más allá en la integración con todos los que quieran seguir más allá en la integración», remató Rajoy. Todo ello a tres días de que comience el próximo jueves una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE en Bruselas y a dos semanas y media de los fastos para conmemorar el 60 aniversario del Tratado de Roma, que alumbró lo que acabó siendo la actual UE y que muchos en Bruselas esperan que sirva de refundación del proyecto.
Idea principal: los cuatro grandes avanzarán en una política de defensa común, en seguridad y lucha antiterrorista, en política exterior y migratoria y en la unión económica y monetaria. La puerta quedará abierta para quien quiera sumarse, bien ahora, bien más adelante. Dardo entre líneas: si a algunos países de Europa del Este no les gusta, tendrán que aguantarse.
La opción de la UE a múltiples velocidades causa urticaria en los líderes de países como Hungría, Polonia, República Checa o Eslovaquia -el conocido como Grupo de Visegrado-, temerosos de que esto acabe generando europeos de primera, segunda o incluso tercera y cuarta categoría.
Hasta ahora, en las grandes políticas de la Unión, siempre se había tenido en cuenta ese recelo. De hecho, la opción de avanzar a varias velocidades es legalmente posible y ya está ocurriendo de facto, con la zona euro, pero siempre se había evitado aplicarla a otras grandes políticas, como la defensa, la seguridad o la política exterior. Pero ahora las cosas han cambiado, tanto en el interior como en el exterior.
En el interior, la salida del Reino Unido ha enfrentado a la UE frente a sus propias debilidades e incoherencias y obliga a dar una respuesta. Además, Merkel ha sentido como una traición que los países del Este no quisieran colaborar con la acogida de refugiados. «No se puede querer mucha Europa para fondos estructurales pero escurrir el bulto cuando no interesa», resumían la semana pasada fuentes diplomáticas.
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