Bruselas eleva una décima la previsión el PIB en 2018, al 2,6%. España exhibe una buena carta de presentación el mismo día que presenta candidato al BCE. Lo hace con una salida de la crisis relativamente sólida y equilibrada: hizo parte de los deberes durante la Gran Recesión y hoy registra un superávit exterior impensable hace 10 años, si bien sigue con niveles insoportablemente elevados de deuda, desempleo y riesgo de pobreza.
El PIB español recuperó los niveles previos a la crisis a mitad de 2017, y viaja a una velocidad de crucero muy superior a la media europea. Las cicatrices de la Gran Crisis siguen ahí, pero los principales riesgos se disipan. A Bruselas le preocupaba la peor crisis institucional de las últimas cuatro décadas de democracia —el desafío independentista— y la debilidad política del Gobierno, incapaz de aprobar el presupuesto. Esas amenazas se han quedado, de momento, en agua de borrajas.
Los presupuestos de 2018 siguen sin aparecer, pero los expertos estiman que España rebajará con creces el déficit del 3% del PIB este año. Paradójicamente, no tener aprobadas las nuevas cuentas públicas puede ayudar a embridar el agujero fiscal con el viento de cola del fuerte crecimiento, y España saldrá finalmente del brazo correctivo del Pacto de Estabilidad en los próximos meses si nada se tuerce. Ya no es el déficit: por el lado fiscal, lo que preocupa ahora es la deuda embalsada en la crisis, que roza el 100% del PIB y deja a España en una situación de vulnerabilidad si vuelven las vacas flacas.
También el procés se ha ido desinflando. Su impacto se dejó notar en otoño en forma de incertidumbre para los inversores, y en turismo y vivienda, pero el efecto sobre la economía ha sido inferior al previsto por el Gobierno: la industria sigue tirando, la banca se recupera y el impacto del PIB hay que buscarlo en el crecimiento extra que puede haberse perdido en estos meses. Madrid llegó a estimar un efecto de en torno a 5.000 millones sobre la economía. Bruselas fue más prudente y no se mojó el pasado noviembre, con la excusa de que apenas había indicadores disponibles. Cuando ha tenido datos contantes y sonantes en la mano, la Comisión ha rebajado el nivel de alerta: Bruselas elevará hoy levemente el crecimiento español, a la vista de que la huella de la crisis política catalana es menos visible de lo que parecía.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, elevó hace unos días —en un tono triunfalista que empieza a recordar al optimismo antropológico de Zapatero— las estimaciones de crecimiento del 2,3% a, «al menos el 2,5%» para este año. Bruselas va en la misma línea. Las previsiones de invierno de la Comisión apuntan que España cerró 2017 con un avance del PIB 3,1%. Para este año, buenas noticias: el Ejecutivo de la UE eleva una décima el crecimiento, hasta el 2,6%. La economía seguirá perdiendo fuerza en 2019, hasta el 2,1%. Esta vez, Bruselas no da previsiones de déficit; el pasado noviembre esperaba que el agujero fiscal fuera del 3,1% del PIB en 2017 (en línea con el objetivo) y del 2,4% en 2018, dos décimas por encima de la meta fijada.
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