Kim Jong-un en la Casa Blanca. Un mundo que «va a ver un cambio tremendo». Portentos así son los que han prometido el líder norcoreano y el presidente estadounidense, Donald Trump, en la firma de una declaración conjunta al término de su cumbre histórica en Singapur.
La declaración, que se dará a conocer antes de que Trump ofrezca una rueda de prensa en las próximas horas, es «muy extensiva» y contiene «mucha buena voluntad», ha sostenido el presidente estadounidense. «Nos vamos a reunir de nuevo, muchas veces». Kim, ha dicho el inquilino de la Casa Blanca tras la firma, «es un hombre de mucho talento, también me he dado cuenta de que ama mucho a su país». Preguntado si le invitaría a la Casa Blanca, Trump respondió que «absolutamente, lo haré».
La jornada en el hotel Capella, en la isla de Sentosa en Singapur, comenzó con un apretón de manos histórico, el primero entre un presidente de estadounidense y un líder norcoreano. Un apretón de 12 segundos en el que ambos se ciñeron estrictamente al guion y la coreografía. Las exclamaciones ahogadas fueron audibles cuando ambos llegaron ante las cámaras, cada uno con su vestimenta característica: traje de chaqueta y corbata roja para Trump, traje de estilo Mao negro y raya diplomática para Kim. Caminando al unísono, al mismo ritmo, para encontrarse desde extremos opuestos en el centro mismo del podio, ante un fondo de banderas norcoreanas y estadounidenses.
Trump miró a los ojos al dirigente al que en su día llamó “hombre cohete”. No se sabe si, como George W. Bush a Vladímir Putin, le vio el alma. Había asegurado que en el primer minuto sabría si la conversación iría bien.
Debió de gustarle lo que vio. Ambos caminaron juntos, de manera relajada, hacia la habitación donde iban a reunirse en privado. “Me siento muy bien”, dijo Trump al comienzo de su conversación. «Vamos a tener un gran diálogo y creo, un tremendo éxito, será tremendamente exitoso y es mi honor; tendremos una relación magnífica, no me cabe duda».
Por su parte, Kim, que tras unos primeros momentos de nervios había recuperado la entereza, replicó que «los viejos prejuicios y prácticas actuaron como grilletes que nos impedían movernos, pero los hemos superado y aquí estamos hoy”. «Doy fe de que este encuentro es un buen preludio para la paz», añadió. «Efectivamente», le replicó el inquilino de la Casa Blanca.
No había el simbolismo, ni la complicidad, que dominaron la cumbre intercoreana de abril entre Kim y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, cuando ambos saltaron la línea fronteriza tomados de la mano. Pero la emoción estaba presente en el ambiente. La sensación era de cauto optimismo. O de estar viviendo una película.
Algo así le confesó el extasiado traductor norcoreano a Trump, mientras caminaban hacia la reunión: «La gente va a pensar que esto es un filme de ciencia ficción», dijo, según el pool de periodistas de la Casa Blanca.
Pasados los 45 minutos que duró el encuentro a solas, comenzó la reunión entre delegaciones para tratar sobre el desarme nuclear de Corea del Norte. “Ha ido muy, muy bien”, comentó Trump sobre el primer contacto de los dos líderes. “Es un gran honor estar juntos, y sé que al final, juntos tendremos éxitos y resolveremos el gran problema, el gran dilema que hasta ahora no se ha podido resolver. Sé que colaborando nos ocuparemos de ello. Es un gran honor”.
Kim no respondió a la pregunta de la prensa acerca de si está dispuesto a deshacerse de su armamento nuclear. Sí aseguró, en tono solemne y con palabras aparentemente muy sopesadas de antemano, que, en esta fase, que según el horario previsto durará una hora y media, se negociará sobre “asuntos importantes”.
Entre los participantes en este segmento de la cumbre se encuentran, por parte de EE UU, el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, John Kelly. Junto al líder coreano participan su hermana, Kim Yo-jong, su hombre de confianza, Kim Yong-chol, el jefe de Gabinete Kim Chang-son, y el jefe de la delegación que se reunió en Panmunjom con representantes estadounidenses, Choe Son-hui.
Bolton, que en mayo había causado la ira de Corea del Norte al comparar la solución para el programa nuclear de este país con la de Libia, se sentó —¿intencionadamente?— en una de las esquinas, lo más alejado posible de Kim Jong-un.
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