En su reunión de finales de enero, los gobernadores de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos tuvieron claro que los tipos no podían seguir subiendo. Se decidió, así, mantenerlos en una horquilla de entre el 2,25% y 2,5% en la que quedaron fijados a finales de 2018. En el mismo encuentro, el banco central americano trasladó que sería «paciente» con nuevos incrementos de las tasas.
Se trataba de un cambio radical respecto a la postura de unas semanas antes, cuando la Fed parecía decidida a aplicar hasta cuatro alzas adicionales en 2019. Desde entonces, sin embargo, la situación ha cambiado, tal y como reconocen los miembros de la Fed en las minutas que acaban de hacerse públicas.
En ellas, los responsables del organismo se hacen eco de «los riesgos asociados al crecimiento económico», entre los que destacan una desaceleración en el impulso de China y Europa, mayor rigidez en las condiciones financieras, el fin de los efectos de la reforma fiscal de Estados Unidos, además de «otras incertidumbres políticas nacionales como en el extranjero», como el Brexit, la guerra comercial y la tensión en Washington que propició el cierre de Gobierno más largo en la historia del país.
Además, algunos participantes del encuentro de la Fed expresaron su preocupación de que las expectativas de inflación podrían ser inferiores al 2% que persigue la Fed. Los responsables de la Reserva Federal también acordaron un parón en el proceso de reducción de su balance, que se disparó hasta los 4 billones de dólares tras la crisis financiera. «Casi todos los participantes pensaron que sería deseable anunciar un plan para dejar de reducir los activos de la Reserva Federal a finales de este año», revelan las minutas.
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