La candidata a la presidencia del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, se ha dirigido al Parlamento Europeo para analizar los desafíos a los que se enfrentaría al frente de la institución monetaria si, finalmente es elegida, y no se ha salido de lo que se esperaba de ella. Continuidad. Esa es la palabra principal en la que se puede resumir todo el discurso de la francesa ante la comisión de Asuntos Económicos y Monetarios de la Eurocámara que tiene que votar al sucesor de Mario Draghi a partir del 1 de noviembre.
«Estoy de acuerdo con la visión del consejo de Gobierno (del BCE) de que una postura altamente acomodaticia esté garantizada por un prolongado periodo de tiempo para traer de vuelta la inflación entorno al 2%», ha asegurado Lagarde. Y es que, según ella, los desafíos de la eurozona y la ralentización económica justifican la continuidad de los estímulos monetarios, eso sí, sin perder de vista los «posibles efectos secundarios».
No obstante, ha remarcado que hay cuestiones importantes de las políticas monetarias que también deberá abordar como es el riesgo que supone un entorno global de tipos de interés extremadamente bajos y nuevos retos como pueda ser el cambio climático, el impacto de las nuevas tecnologías y la fragmentación del orden internacional.
En este sentido, Lagarde ha explicado que «es necesaria una combinación de tres elementos: una política monetaria que use todas sus herramientas; una política fiscal expansiva para quienes tienen margen, y más con las amenazas del horizonte; y reformas estructurales, especialmente de quienes no tienen ese margen fiscal».
Finalmente, la francesa ha prometido que, si finalmente la eligen presidenta del BCE, sus decisiones se basarán en el compromiso con el mandato de la institución, es decir, el objetivo de mantener la inflación entorno al 2%, la agilidad para dar respuesta a los nuevos retos que se presenten y la «inclusividad».
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