España sigue lejos de los países europeos que marcan el ritmo. Solo el 10,5% de los mayores de 25 años continúa formándose a lo largo de toda su vida laboral, por debajo del 19% en el que se mueven Francia y Holanda o del 30% que rozan regiones como Finlandia o Suecia, según los datos recabados por Eurostat. No obstante, España queda por encima de zonas como Alemania (8%) o Portugal (10,3%)
La UE define la formación continua como toda actividad de aprendizaje realizada a lo largo de la vida con el objetivo de mejorar los conocimientos, las competencias y las aptitudes, y así ver progresos en todo lo relacionado con el empleo, incluidos los ascensos y la promoción interna. Y la estrategia europea con vistas a 2020 fija en el 15% el porcentaje de población en edad de trabajar que debería participar en esos ciclos.
Algo que evidencia, en opinión de Ainara Zubillaga, directora de educación y formación en la Fundación Cotec para la Innovación, que España tiene todavía muchas cosas en las que mejorar, “sobre todo para no quedarnos descolgados de todos los avances que se están produciendo en el mundo laboral, y para no hacer más grande la brecha, en términos de formación, que trae consigo la transformación tecnológica”.
Existen varias fórmulas que pueden adoptar las instituciones públicas y las compañías para contribuir a este cambio de rumbo. “Me atrevería a decir que la jornada laboral, tal y como la entendemos, evolucionará en los próximos años para establecer un tiempo, ya sea diario, semanal o mensual, que deberá dedicarse a la formación y a la actualización de contenidos y habilidades”, prosigue Zubillaga. En este sentido, las empresas tienen mucho que hacer.
Por ejemplo, recomienda la experta, pueden recurrir a diferentes fórmulas para que estas puestas a punto no impliquen quedarse más horas de lo normal en la oficina o que los profesionales pierdan salario por dejar de trabajar durante cierto tiempo. “También es importante ofrecer unos modelos que tengan un retorno visible, que mejoren realmente el trabajo y que funcionen como un incentivo”.
De hecho, señala Álvarez, las estimaciones recopiladas por Eurostat ponen de manifiesto que los principales obstáculos para no realizar actividades de formación permanente –además de la creencia de que no se necesita más nivel educativo– son las responsabilidades familiares y la programación, los horarios y los costes económicos derivados de estas jornadas.
Tampoco ayudan, prosigue, las altas tasas de temporalidad: “No incentivan que el empresario invierta en la formación permanente de sus profesionales: ¿para qué formar a un trabajador que puede abandonar la empresa al expirar su contrato y llevarse consigo los conocimientos y habilidades adquiridas? El empresario no rentabilizaría la inversión realizada”.
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