La economía internacional cierra 2019 con el menor avance desde la crisis financiera mundial, un 3%, que se incrementará en cuatro décimas el próximo ejercicio, según las estimaciones realizadas por el FMI. «Esta moderación del crecimiento es consecuencia del aumento de las barreras comerciales; la elevada incertidumbre en torno al comercio y la geopolítica», aseguró en octubre el organismo internacional.
El motor de la economía global no ha llegado a griparse, pero ha registrado su peor comportamiento desde la crisis financiera lastrado por las idas y venidas de las relaciones comerciales internacionales, con Donald Trump en el papel de protagonista de todas ellas. El pulso del presidente estadounidense con el Gobierno chino ha supuesto un paso más en la paulatina ralentización de la economía del gigante asiático, pero de paso se ha llevado consigo de paso la economía de la zona euro, que se ha mostrado muy dependiente al ciclo económico global, y la estadounidense. Según las estimaciones del FMI y del Banco Mundial, las tensiones comerciales provocarán hasta 2020 unas pérdidas de 630.000 millones de euros, es decir, un 0,8% del PIB mundial.
Los bancos centrales han vuelto a convertirse en los grandes salvadores de las economías nacionales con su decisión de mantener los tipos de interés en el cero y de poner en marcha un nuevo programa de compras de deuda, en el caso del Banco Central Europeo (BCE), y de pausar el proceso de normalización monetaria, léase elevar el precio del dinero por primera vez desde 2008, por parte de la Reserva Federal de EE UU para hacer frente a la desaceleración, a las consecuencias del pulso arancelario entre Washington y Pekín y a la pugna de su presidente Jerome Powell, con Trump.
Un papel de superhéroes que los banqueros centrales aspiran a quitarse de encima cuanto antes y que ha llevado ya al expresidente del BCE, Mario Draghi, y su sucesora, Christine Lagarde, a alertar de los efectos negativos de unos tipos históricamente bajos y de la necesidad de que sean los Gobiernos más saneados los que tomen la batuta y eleven el gasto público. Un mantra que por ahora ha caído en saco roto pese a los llamamientos directos a Estados como Alemania, Holanda o Austria.
De cara al año que arranca, 2020 volverá a estar marcado por la evolución de las economías emergentes, que se comportarán mejor que las avanzadas. El FMI calcula que las primeras crecerán un 4,6%, siete décimas más que este ejercicio, mientras que las segundas se mantendrán estables en el 1,7%. Dentro de las avanzadas, la guerra arancelaria con China y el agotamiento de los estímulos fiscales emprendidas por Trump en los primeros dos años de su legislatura pasarán factura a Estados Unidos. Su PIB se elevará un 2,1%, frente al 2,9% registrado en 2018, en un año marcado por las elecciones presidenciales a la Casa Blanca del próximo mes de noviembre, que carecen por ahora de un candidato demócrata que haga a Trump.
El PIB de la zona euro mejorará previsiblemente dos décimas, hasta el 1,4%, aunque su evolución dependerá en buena parte de la economía alemana, para la que tras el bache de 2019 se espera que avance un 1,2% e insufle aire en el resto de los países del bloque del euro.
España seguirá liderando los registros de la zona euro, aunque tras cerrar el 2019 con un avance del 2%, según las estimaciones preliminares, los cálculos del 1,8% para el próximo ejercicio realizados por el FMI bien pudieran quedarse desfasados a la espera de una formación de Gobierno que logre sacar adelante unos Presupuestos Generales del Estado.
Por lo pronto, el país se situará en el número 20 de las economías más avanzadas en cuanto al crecimiento de su PIB –cuatro puestos por delante del que ocupaba hace, justo un año–, superando a Canadá (1,8%) y Austria (1,7%). En la clasificación mundial, España retrocede hasta el puesto 146, frente al 122 con el que cierra 2019 si atendemos a los mayores incrementos de PIB, por detrás de Dinamarca y Rusia.
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