En el año 2011, cuando España estaba metida hasta el cuello en la Champions League de las crisis económicas, el historietista catalán Aleix Saló lanzó un cortometraje que se convirtió en viral cuando las cosas no eran virales, sólo triunfaban. El vídeo en cuestión, ideado para promocionar un cómic llamado Españistán, resumía en menos de siete minutos cómo «España se había ido a la mierda». Literal. En sus primeros 48 horas en YouTube el corto sumó casi 400.000 visitas. Un año después, más de cinco millones. Hablaba de la ley del suelo de Aznar, del spanish dream, el urbanismo desbocado, la reforma laboral y de aquellos jóvenes que dejaron los estudios para forrarse en la construcción. Hablaba de la moda de estrenar adosado, de la sonrisa kamikaze de ZP, y la fama de El Pocero, de los créditos a porrillo, las hipotecas a 40 años vista y ¡boooom!… de la explosión de la burbuja. «Sin darnos cuenta habíamos llegado a ese futuro al que habíamos estado robando el dinero y descubrimos de pronto que éramos pobres y, lo que es peor, que nunca habíamos dejado de serlo.
Y que quizás esto ya no era España, sino Españistán». ¿Qué queda de Españistán siete años después de Españistán? ¿Qué queda de la crisis inmobiliaria una década después? «Al menos ha desaparecido la locura colectiva», celebra Saló. «El debate entonces estaba obsesivamente centrado en gente hipotecada que corría el peligro de ser desahuciada, aunque la realidad era más diversa. Hoy la actualidad sí refleja esa variedad. Seguramente el problema no se ha solucionado, sino que ha mutado a una diversidad de problemáticas. Hoy tienes un vecino que ha alquilado en Airbnb y no te deja descansar por el ruido, tienes el problema de la despoblación, la subida del alquiler, los jóvenes que simplemente no consiguen que el banco les dé una hipoteca…».
Si el tebeo tuviera una secuela, sus viñetas dirían que, tras el derrumbe de Lehman Brothers, el Gobierno puso todo su empeño en sostener el sector financiero y, de forma colateral, el inmobiliario. Que se crearon las socimis y se destruyeron los empleos. Que las distintas administraciones públicas vendieron buena parte del parque de vivienda pública a fondos buitre. Que en 2013 el Gobierno reformó la Ley de Arrendamientos Urbanos (que hoy quiere volver a reformar el Gobierno de Pedro Sánchez) y que quedó seriamente debilitada la postura de los inquilinos. Que los vecinos no tenían más información que la de los portales inmobiliarios. Que hoy, los españoles, agotados de oír que lo mejor era comprar vivienda, alquilan más que nunca y que España es el país de la OCDE en el que el inquilino dedica un mayor porcentaje de sus ingresos al pago de su casa. También que los desahucios por impagos del alquiler ya suponen seis de cada 10. «Desahucios invisibles», los llaman. Quizás, diría ese cómic que la burbuja inmobiliaria es ahora una burbuja de alquiler. O quizás no. José García Montalvo es catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra. «El sector no se parece a la locura de 2008, pero es cierto que hay similitudes», alerta. «El tamaño del sector ha cambiado totalmente. La producción representa el 9 o 10% de lo que era hace 10 años. Las transacciones son la mitad, los créditos hipotecarios han caído y la media de los precios está un 20% por debajo de los que había entonces. Pero también es verdad que algunos de los tics que vimos en su momento vuelven a aparecer.
Hay alguna entidad que ya dice que da el 100% del precio de tasación. ¡Lo dice! Entonces se daba, pero no se decía. Ahora hasta presumen de ello. Y se vuelve a hablar de lo bien que van los precios de la vivienda. Se está generando otra vez ese sentimiento social: ‘fíjate lo rico que soy y lo que vale ahora mi casa'».
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