La crisis financiera del último decenio y la ulterior recuperación han condicionado el comportamiento de la inversión, el consumo y el ahorro de las familias, que disponen ahora de la mejor situación patrimonial de la historia, que además experimenta una erosión casi inapreciable por la inexistencia de tensiones en los precios.
La renta generada en los tres primeros trimestres del último ejercicio avanzaba a ritmos cercanos al 4%, como consecuencia del comportamiento muy consistente del empleo, y también, aunque en menor medida, de la renta salarial unitaria. Pero el consumo y la inversión absorben prácticamente toda la renta, y únicamente queda liberado para el ahorro un escaso 5% de la renta bruta generada. Es una proporción destinada al ahorro muy modesta, menos de la mitad de la reservada en los años más complicados de la crisis, en los que llegó a acercarse hasta el 14% de la renta bruta disponible.
La explicación está en la evolución absoluta de la renta generada, pero también, de forma mucho más determinante, en los factores psicológicos o emocionales que condicionan las decisiones de las familias en función de su situación presente y de sus expectativas de medio y largo plazo. La irrupción de una crisis muy severa redujo la renta generada, pero tuvo un efecto contractivo muy fuerte tanto en el consumo como en las decisiones de inversión nueva, dado que la prioridad de los hogares era hacer frente a las obligaciones contraídas por las inversiones ya iniciadas, fundamentalmente la financiación de la vivienda, que había llevado a las familias a cotas de endeudamiento nunca antes vistas.
El ahorro, por contra, experimentó fuertes aumentos (hasta el 14% de la renta bruta disponible), que se han reducido tras la recuperación de la economía, que ha ido difuminando el miedo. Hay que recordar que los pasivos (deuda) de los hogares llegaron a suponer nada menos que un 144% de la renta disponible en el año 2007, pero que tras un intenso proceso de desapalancamiento, han logrado reducirse hasta un 107%, un valor gobernable y acorde con el resto de las economías europeas.
En términos absolutos las obligaciones financieras de los hogares pendientes de pago son ahora (tercer trimestre de 2018) de 780.461 millones de euros (ese 107% de la renta disponible). Pero en diciembre de 2008, cuando ya la crisis era muy evidente, llegaban a los 963.000 millones. Desde entonces comenzaron a descender de forma muy lenta, puesto que la capacidad de amortizar deuda de los hogares es muy débil, teniendo en cuenta sobre todo que las familias con deuda son aquellas que disponen de menos activo financiero acumulado, que está en manos de las generaciones con más edad, en las que el ciclo de la inversión ha sido ya superado. Esto es: unos hogares tienen el patrimonio financiero, y otros las deudas.
De hecho, estos niveles de deuda, junto con una recomposición muy sólida de la situación patrimonial (tanto financiera como inmobiliaria) de los hogares, vuelven a situar a las familias en disposición de iniciar un renovado y sostenido proceso de inversión, siempre que no se quiebre el crecimiento económico (al que debe contribuir) y la generación de ocupación. Y siempre con la reserva que supone la circunstancia de que las cohortes de población que deben afrontar el grueso de la inversión (las más jóvenes) carecen, por lo general, de activos financieros abundantes, y el consumo absorbe la parte del león de su renta regular.
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