Gobiernos y bancos centrales de las grandes economías del mundo han declarado la guerra al impacto económico del coronavirus Covid-19. En la respuesta más rápida y contundente que se haya visto nunca ante una crisis económica, han movilizado en poco más de dos semanas alrededor de 6 billones de euros. Es la factura sin precedentes que resulta de los planes de estímulo fiscal anunciados -que incluyen el gasto en sanidad, ayudas sociales directas y multimillonarios programas de avales con los que responder ante la banca por las empresas y autónomos en situación más vulnerable- , más las rotundas compras de deuda con las que los principales bancos centrales del mundo pretenden asegurar la estabilidad del sistema financiero y que su financiación llegue de forma efectiva a quien lo necesita.
El vertiginoso contagio de la enfermedad está forzando también a rápidas decisiones, impensables hace tan solo unas semanas. Por los aires han saltado principios que se creían inamovibles como el déficit cero alemán o la disciplina presupuestaria de la Comisión Europea, que ha relajado sus normas de disciplina fiscal y de ayudas públicas. También se ha hecho añicos la dureza regulatoria con los bancos en la zona euro, a los que ahora se rebaja las exigencias de capital y de provisiones por morosidad para que tengan a pleno rendimiento la maquinaria de prestar dinero. Y ha pasado a mejor vida igualmente el debate en el BCE sobre la conveniencia de comprar deuda, con un paquete de adquisiciones sin precedentes por 750.000 millones de euros.
La rápida extensión de la pandemia ha impuesto la parálisis de la actividad. Así, la cadena de producción de una economía altamente globalizada ha quedado rota, pero el virus no está golpeando a todos los países a la vez, con lo que la restauración completa de esa cadena va a ser lenta. “Las medidas adoptadas por los gobiernos para contener el brote del coronavirus han hundido las economías desarrolladas en una recesión a la velocidad de la luz, tal y como un ataque al corazón”, explica gráficamente Yves Bonzon, director de inversiones de Julius Baer. Y la contundencia en la respuesta de gobiernos y bancos centrales ante el coronavirus supera con creces la mostrada en ocasiones anteriores.
Las enormes inyecciones de liquidez y la menor exigencia regulatoria a la banca suben la cuantía de ayudas a 10 billones. Nunca antes la Fed anunció un programa de compras ilimitadas de deuda como ahora y nunca antes, ni aun con Lehman incendiando al conjunto de la banca del país, Estados Unidos había lanzado un plan de estímulos de la magnitud del pactado ayer. Los dos billones de dólares de rescate económico a familias y empresas pactado por la Casa Blanca y el Senado quedan lejos de los 700.000 millones de dólares del primer programa con el que EE UU rescató en 2008 a la banca.
“La primera línea de defensa debe ser la política fiscal”, afirmaba ayer el Banco de España. Pero en la retaguardia está la labor clave de los bancos centrales, que han inyectado como nunca liquidez al sistema. Las bajadas de tipos han sido fulminantes y las compras de deuda van a superar en cuantía inicial la respuesta dada a la crisis de Lehman y de la deuda soberana en la zona euro. Además, las inyecciones de liquidez no cesan, en un esfuerzo constante por que el sistema financiero continúe funcionando con normalidad. El BCE asegura haber ofrecido financiación por 3 billones en respuesta al coronavirus y la Fed ha suministrado liquidez multimillonaria en dólares a todos los bancos centrales, además de retirar cualquier limitación a las compras de deuda. Con sus estímulos, la cuantía de las ayudas supera ampliamente los 10 billones de euros.
Los planes anunciados por los gobiernos presentan distintos niveles de protección a empresas y familias aunque, en mayor o menor medida, todos contemplan medidas para el diferimiento del pago de impuestos a empresas y autónomos, la moratoria en el pago de las hipotecas a las rentas bajas y estímulos para evitar oleadas masivas de despidos, como la exoneración en el pago a las empresas en los expedientes de regulación de empleo temporales en España o la suspensión de la contribución a la Seguridad Social en Italia.
Las medidas de política fiscal puestas en marcha en los países de la zona euro y las acciones a escala europea representan el 1% del PIB de la región, según apuntaba ayer en un informe el Banco de España. El grueso de las ayudas está sin embargo en las medidas públicas de apoyo a la liquidez del sector privado, que rondan el 10% de la zona euro. Así, España contempla avales a las empresas por 100.000 millones de euros; Alemania por 400.000 millones y Francia, por 300.000 millones. La clave para que esas líneas de liquidez sean efectivas es que la banca conceda los préstamos a las empresas que lo necesiten. Para ello, los gobiernos están asumiendo la gran parte del riesgo de esos créditos -el 80% en España- mientras los supervisores han abierto la mano con las exigencias de capital al sector.
En la zona euro, y a diferencia de la arrolladora respuesta de EE UU, aún está sin embargo pendiente la activación del mayor de los estímulos: el uso del fondo de rescate europeo, el MEDE por sus siglas en inglés. Con una capacidad de endeudamiento por 410.000 millones de euros, permitiría a los países del euro la captación rápida de fondos para responder a la emergencia sanitaria y económica, tal y como reclaman España, Francia o Italia. Pero Europa vuelve a enredarse en el debate político de si es necesario, como en la crisis del euro, establecer condiciones a cambio de ese apoyo.
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