La gran mayoría de empresas han establecido sus protocolos más o menos detallados de seguridad, en los que hay una serie de elementos que se repiten. Es casi unánime, en la veintena larga de empresas y otros organismos contactados, la entrada y salida escalonada del personal, de modo que no se produzcan aglomeraciones de empleados. En los accesos, se han eliminado en general los sistemas que implican el contacto: los activados por huellas digitales, por ejemplo, se han sustituido por aplicaciones móviles u otros métodos.
La toma de temperatura a la entrada no es obligatoria, pero ha sido adoptada por muchas empresas que, eso sí, obligan a usar la mascarilla en todo momento salvo cuando uno esté quieto frente a su ordenador y no haya ningún compañero a menos de un metro y medio, aunque la mayor parte obligan a llevarla siempre. También han hecho acopio de material higiénico. Correos, por ejemplo, ha repartido 16 millones de guantes, 6,3 millones de mascarillas FFP2, 97.000 litros de gel, 7.600 mamparas y más de 2.000 pantallas faciales a sus empleados. Y se ha reforzado el servicio de limpieza.
Muchas empresas se han visto obligadas a efectuar reformas para asegurar que haya la separación suficiente de seguridad entre puestos, interponiendo en muchos casos mamparas de metacrilato. Otra práctica generalizada es la de restringir las reuniones y, en caso de celebrarse, con reducidos aforos.
No obstante, no todas las compañías tienen los mismos medios. “Las pymes han vuelto de una manera más firme al trabajo presencial ya desde antes del verano, aplicando las medidas de protección imprescindibles, pero de una manera más informal, es decir, con menos manuales y protocolos”, afirma Cristina Hebrero, responsable de People & Change de la consultora KPMG, que asesora a firmas a adaptarse a los nuevos entornos. En cambio, dice, las grandes empresas “ya dejaron preparados sus planes de retorno a la oficina antes del verano” y apostarán por “modelos híbridos de trabajo presencial-remoto”.
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