Los problemas con la estrategia de vacunación y las variantes sin embargo han demostrado que, en realidad, no se sabe cuán largo será el túnel, o que incluso puede que sea más largo de lo que nos temíamos. Por eso, el consenso del sanedrín económico en Bruselas, Fráncfort y Washington es no solo que toca mantener los estímulos fiscales y monetarios para evitar una ola de quiebras y despidos, sino que además es más peligroso una retirada prematura que lo contrario.
El aviso llegó con claridad desde la Comisión Europea, el BCE y el FMI en las jornadas sobre la recuperación que acoge el Parlamento Europeo esta semana. «La retirada gradual tiene que llegar a continuación y no preceder al final la crisis sanitaria», dijo la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva. La búlgara avisó que, si los gobiernos se precipitan, se podrían exacerbar las debilidades de unas economías «profundamente frágiles» a causa del impacto del covid-19. Por eso, toca mantener las medidas de apoyo y confirmar los esquemas para evitar insolvencias.
El comisario de Economía, Paolo Gentiloni, señaló que «retirar los estímulos demasiado pronto es más peligroso que hacerlo demasiado tarde». El italiano adelantó que en los próximos días presentará unas directrices que se utilizarán para decidir en mayo si se reactiva el próximo año el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, las normas europeas que controlan el déficit y la deuda de los países. Hacia finales de este año, Gentiloni también espera que coja velocidad la discusión de la reforma de las propias normas fiscales.
Por su parte, el presidente del Eurogrupo, Paschal Donohoe, respaldó la necesidad de mantener las medidas de apoyo, que gradualmente se tendrán que orientar hacia los sectores más afectados por la pandemia, sobre todo hacia las empresas viables. Además, recomendó a los Estados miembros que se aprovechen de los costes reducidos para endeudarse para llenar sus arcas, dado que reconstruir las economías tras la pandemia requerirá «inversiones ambiciosas».
Parte de esta inyección procederá del fondo de recuperación europeo de 800.000 millones de euros, cuyas ayudas podrían empezarán a llegar a las capitales a partir de junio. Europa quiere que estos fondos se dediquen a financiar la transición ecológica, la transformación digital y una recuperación inclusiva. «Este es el momento para reconstruir mejor», destacó la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.
El cambio no puede ser mayor en comparación con la salida de la pasada crisis, marcada por el paradigma de la austeridad. La precipitación al cerrar el grifo hundió de nuevo a la economía europea, y dejó muchas cicatrices que aún no se superaron cuando estalló la pandemia.
Por eso, los europeos prefieren esta vez pecar de lo contrario. Y hacerlo sin fisuras. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, remarcó cómo la respuesta a esta crisis se destaca de las anteriores por el nivel de alineación «sin precedentes» de las políticas nacionales y europeas en todos los ámbitos: monetario, fiscal, de supervisión y regulador.
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