La Reserva Federal estadounidense va a entrar este mes en un terreno desconocido, después de años de inyectar liquidez a toda máquina en el sistema como antídoto de la crisis. El banco central de la mayor economía del mundo ya había comenzado a desmontar el entramado de estímulos que fue construyendo tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Y al fin de las compras de deuda, que concluyeron en noviembre de 2014, y al inicio de la subida de tipos de interés –en diciembre de 2015– le sucede a partir de este mes de octubre el último paso: la reducción de su balance.
La Reserva Federal va a dejar de reinvertir los activos de deuda que vencen, con lo que necesariamente va a reducir el tamaño de su balance, que ha engordado durante la crisis hasta rondar los 4,5 billones de dólares. Su volumen se ha disparado desde los apenas 900.000 millones de dólares de septiembre de 2008, después de sucesivas inyecciones de liquidez y adquisición de activos.
La decisión de la institución que preside Janet Yellen es ahora la de poner a dieta su balance poco a poco, con la renuncia a reinvertir un volumen de 6.000 millones de dólares al mes en deuda del Tesoro estadounidense y otros 4.000 millones de dólares en activos de titulización y otros títulos de deuda pública. El objetivo es que las reinversiones se hayan reducido a un total de 50.000 millones de dólares mensuales en el segundo semestre de 2018. Y que su disminución se haga de forma paulatina, de modo que ya en ausencia de su papel comprador –y en paralelo a unos tipos de interés más elevados– los costes de financiación no se desboquen.
De hecho, Estados Unidos será la primera economía desarrollada que va a echar a andar sin las muletas de su banco central, frente a los apoyos que siguen prestando a sus respectivas economías el BCE y el Banco de Japón.
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