El riesgo de que la deuda pública se convierta en una losa que arrastrar durante generaciones es cada día más real. Lo reconoció esta semana la vicepresidenta Nadia Calviño, y ayer lo constataron los datos publicados por el Banco de España: La deuda pública alcanzó la friolera de 1,43 billones de euros en septiembre, un 9,5% más que hace un año.
Se trata de un máximo histórico en volumen de deuda. Al medir su peso sobre el PIB, es cierto que ésta ha disminuido al 122,1%, desde el 125% que llegó a tocar en mayo. Sin embargo, esto no significa necesariamente que haya menos deuda, sino que, en plena recuperación de la economía, el PIB ha crecido, y por lo tanto la deuda puede haber aumentado, pero pesar menos, porque el PIB es mayor.
De hecho, la deuda ha continuado creciendo desde mayo. También entonces fue máximo histórico, cuando tocó los 1,39 billones de euros. En agosto subió a los 1,4 billones, 3.243 millones más que en el mes anterior. Ahora, el aumento es de 12.885 millones de euros respecto a agosto. En un mes, España ha pedido prestado más de lo que ha recibido de los fondos europeos (9.000 millones hasta el momento).
El aumento de la deuda refleja dos realidades. Por un lado, el colchón fiscal lanzado por las administraciones para amortiguar el batacazo de empresas y empleados por la crisis del Covid-19. Sólo el mecanismo de los ERTE le costó al Estado más de 40.000 millones de euros en 2020. Los más de 100.000 millones presupuestados para capear la crisis, entre ERTE, apoyo a autónomos y otras medidas, explican que la deuda se haya disparado a niveles no vistos desde la Guerra de Cuba.
Por otro lado, está la losa de deuda que los españoles tendrán que cargar, y que es fruto no sólo del esfuerzo fiscal para capear la crisis del Covid-19, sino también de una deuda ya de por sí elevada antes de la pandemia. Hace menos de dos años, en 2019, la deuda se situaba en el 95,5%. En cuestión de meses ha pasado del 117% de final de 2020 al 122,1% en septiembre. Sin un plan para reducirla, más allá de tapar agujeros con ayudas europeas, será complicado que la losa de la deuda no se extienda durante generaciones.
El Gobierno es consciente del peligro de la losa de la deuda, y la propia vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño, lo reconoció esta semana, al avisar de que el alza de la deuda podía ser un «lastre» en el futuro. Calviño también pidió actuar ya para reducirla. Algo paradójico, teniendo en cuenta que reducir la deuda es tarea de las administraciones, y que es el Estado el que acumula el 87% de la deuda pública (1,24 billones), un 6,2% más que hace un año. La deuda de las comunidades también aumentó, aunque la mitad: un 3,4%, hasta los 312.177 millones, mientras que los ayuntamientos sí la redujeron en un 5,6%, hasta 22.422 millones.
Calviño quiso incidir ayer en que los costes de financiación están históricamente bajos, con un interés medio cercano al 0%. «Va a seguir abaratándose el coste medio de la deuda en los próximos años porque estamos emitiendo bonos con tipo de interés incluso negativos, y esos bonos sustituyen aquellos en los que habíamos pagado tipos de interés muy altos». Esto quiere decir que España sigue endeudándose, pero que, a la hora de devolver el dinero, apenas afrontará costes extra. El problema es que el peso de la deuda sobre el PIB ya está en niveles históricamente altos, mientras que el PIB crece menos de lo esperado.
El Ministerio de Economía espera que a finales de año la deuda continúe reduciendo su peso sobre el PIB, hasta llegar al 119,5%. Un objetivo poco realista, si se tienen en cuenta las cada vez más numerosas revisiones del crecimiento del PIB.
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